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Crítica. 'Capitalismo: una historia de amor'

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Existe entre los norteamericanos esta idea de que su país se construyó sobre ese "sueño americano", que si uno trabaja duro y es honesto, tendrá éxito. A pesar de eso, la premisa principal de Capitalismo: una historia de amor, apunta hacia otra parte: Michael Moore nos hará creer que el 95% de la sociedad ha creído tan firmemente que ese sueño podía hacerse realidad y podrían pasar a formar parte de ese otro 5% que se haya en la cima que ellos mismos refuerzan la imposibilidad que eso pase. Pero a pesar de sus teorías de la corrupción institucional y toda la propaganda que hace de sí mismo, lo cierto es que el público que no está predispuesto a creerse estas cosas querrá ver esta película.


Hay que admitirlo, la red de Moore es bastante más amplia que sus películas anteriores, y esto hace que el resultado sea más suave. Pero lo que básicamente hace Capitalismo es examinar las maneras en las que la excesiva codicia y el propio interés de algunos ha eclipsado los ideales del estado democrático, tanto en los sociopolítico como en lo personal.

Moore nos ofrece una crónica de las experiencias de unas cuantas familias que han sido desalojadas de sus casas, y después sigue la pista del dinero, y de las decisiones de las empresas y, por supuesto, de sus filosofías, de las que han llevado a la destrucción de unas cuantas vidas. Esto parece de lo más melodramático, pero Moore consigue captarlo con su peculiar olfato para el espectáculo, a la vez que lo llena de significado, y ofrece un preciso y terrorífico retrato de nuestras economías y del estado actual de enfermedad terminal de nuestro sistema económico, en términos abstractos y también en términos concretos, increíblemente concretos.

Al final nos quedaremos con la sensación de que es responsabilidad de los gobiernos y de los gobernantes trabajar para lograr un auténtico estado del bienestar, y nos pondrá de los nervios que haya gente que crea que la acumulación de riqueza material justifica la exhibición de generosidad y apoyo que un grupo de gente tiene hacia unos obreros de una fábrica que organizan una sentada hasta que se les pague los meses de salario que la empresa les debe. Eso nos lleva a pensar que hay gente que cree que hay que ser solidario, incluso si no se conoce a los demás y no hay intereses personales ni económicos de por medio.

En la película, el gran problema es un problema verdaderamente grande, y es que las grandes empresas que parecen tener una insaciable avaricia, y que han manejado el sistema para lograr todos sus propósitos y acumular riqueza, está legitimadas y protegidas por nuestros gobiernos. No es que tenga ningún problema con la gente que emerge desde el sector privado, aunque sean directivos de grandes compañías, y se coloca en un puesto importante en la administración pública, al menos por principio, pero viendo aquí como los altos ejecutivos se convierten en altos funcionarios para proteger a sus empresas e incluso hacer más grandes los excesos financieros... pues eso ya resulta reprobable no sólo desde un tipo de vista moral, porque no hacen más que explotar a la gente para hacer más y más dinero.


Lo que podría haber sido más efectivo o incluso igual de interesante es que que Moore hubiera dedicado un poco de tiempo a intentar meterse en las mentes de esos ejecutivos cuya inteligencia y escrúpulos son diametralmente opuestos. Por ejemplo: ¿para qué quieren tener tanto dinero? Y... ¿alguna vez creen que han conseguido suficiente? Y más que eso, ¿piensan alguna vez en toda esa gente que han destruido para lograr su riqueza? Los conservadores rechazarán este tipo de argumentos anti-liberales, pero de lo que estamos hablando no es de alguien que quiere saldar una deuda o comprar un coche de segunda mano, sino de alguien que ha provocado que el gobierno tenga que acudir al rescate de los bancos con una millonada y que no tendrá que rendir cuentas por ello.

Y el problema principal de esta película, y lo que pensará gran parte de su público, incluso algunos fans de Michael Moore, es que está predicando ante los que ya son adeptos. Puede que no suceda así en el 100% de los casos, pero Moore ya tiene colgado el cartel de izquierdoso y antisistema, e incluso si no fuera así, los políticos ya han organizado una línea discursiva llena de argumentos falaces que suenan bastante más alto que los de sus opositores. Es triste, pero no creo que haya nada que Moore pueda hacer para mejorar su posición, aunque confrontar sus opiniones con algunos puntos de vista diferentes ayudaría.

Finalmente, Capitalismo: una historia de amor, queda redimida porque posee la misma cualidad que ha inspirado a nuestra sociedad este último año: esperanza. En sus mejores momentos, Moore es profundamente apasionado e incansablemente idealista, pero es un defensor del optimismo. Ahora mismo, no hay nadie de izquierdas que hable tan algo, y eso ya es meritorio aunque no siempre tenga razón. Puede que compartamos sus teorías o puede que no, pero ese sentido del optimismo es algo que deberíamos sentir, a pesar de que no encontremos lo que buscamos trabajando duro y siendo honestos. Por lo menos podemos sentirlo gracias a esta película.

Traducción de la crítica publicada por Todd Gilchrist en cinematical.com

 

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